En
su libro Etiología de la idea de la nada
(FCE, México D. F., 2004) el filósofo Carlos Llano emprende el intento de
responder a la pregunta acerca del origen de la idea de la nada, partiendo de
que no se halla una realidad ontológicamente consistente a la cual se refiera
dicha idea, fuera del ámbito de la intelección dada en el sujeto cognoscente. Es
decir, estamos ante un esquema o base aristotélico-tomista que asume como punto
de partida el binomio gnoseológico sujeto-objeto. Llano, aunque parte de esta
tradición, la elabora y discute, la confronta también con la fenomenología del
siglo XX, con el romanticismo y con autores como José Gaos del que fue
discípulo e incluso con la poesía de corte más existencialista de Antonio Machado. Pero a pesar de la susodicha
discusión es, en definitiva, un paradigma filosófico aristotélico-tomista el
que orienta y prevalece en las conclusiones y en el hilo argumentativo que
dirige al libro.
Ya
en el primer capítulo se establece un punto que difiere notoriamente del
existencialismo: la evidencia y prioridad del ser, frente a la prioridad que el
existencialismo en sus distintas vertientes establece en la nada (por el
énfasis en la contingencia del existente). El ser es una idea que establece el
entendimiento a partir de la actualidad dada en la presencia de los entes que
se establece por la sensibilidad. Hay una noción clara, luminosa, actual,
óntica, presencial, de ser, frente a Heidegger, como la presencia concreta de
ese algo que es, ese ente concreto y ese otro y ese otro… son los entes en
cuanto objeto de sensación y aprehensión, que por tanto son conocidos y
captados intelectualmente en la forma de ideas, convertidos en ideas, los que
ya en forma inteligible pueden evocar analógicamente lo que llamamos ser, como
algo genérico.
Tenemos
pues una vía absolutamente en las antípodas de los caminos heideggerianos no
sólo en cuanto al no reconocimiento de algo en la realidad que pueda ser
considerado nada, sino en el propio ser, al que se accede de un modo directo
que justamente para Heidegger velaría, ocultaría definitivamente la verdad.
Aquí, en la más pura tradición tomista, el entendimiento juzga y se acopla a la
cosa, al ente, adecuándose al mismo, y es esa adecuación la que es llamada
verdad, según santo Tomás, pero es esa adecuación la que oculta y permanece en
el engaño de lo óntico, de lo presente, de lo metafísico, según Heidegger. En
realidad, esto es así porque en Heidegger, creo que diría Carlos Llano
prevalece la idea de nada, de no-ser como prioritaria, hay una negatividad en
el conocimiento que antes es operación que oculta y encubre que
desencubrimiento. Se trata de nuevo de esa prioridad de la nada propia del
existencialismo que precisamente da la vuelta a la prioridad del ser en la
tradición metafísica aristotélica de la que parte Carlos Llano.
Pero,
entonces, ¿Quién tiene razón? ¿Existe la nada? ¿Es prioritaria la nada? ¿Se
escribe la existencia sobre el fondo de la nada? La propia formulación de las
preguntas ya sugiere una cierta contradicción que es la que explora y explota la
vía analítica y argumentativo aristotélica de Carlos Llano. La nada no puede
existir. En realidad, él funda su origen en el entendimiento, que es donde se
da la negación. El origen de la nada no es la realidad, pues no tiene realidad
ontológica, sino que pertenece a lo que la tradición metafísica clásica llamaba
“entes de razón”. Es el no añadido al
ser que surge en un segundo momento tras el primer momento anteriormente
descrito en el que por generalización el entendimiento ha creado el ser. No se
trata de un no-ser hegeliano pues no es una operación dada en el mundo con
consistencia ontológica, no se crea nada, sino que todo ocurre en la conciencia
del sujeto que conoce la realidad.
Ahora
bien, aunque no haya en la realidad externa al sujeto algo así coincidente con
el no-ser puro, sí hay no-entes que de manera ejemplar sugieren al
entendimiento humano la idea de la nada absoluta que se forja en el
entendimiento. De manera que tenemos la negación pura, total, del ser, sin
correspondencia en la realidad, pero sí hay en la realidad distintas formas de
no-entes que pueden evocarnos también en la mente esa nada o negación pura
absoluta que llamamos nada e incluso, si se trata de vivencias antropológica o
existencialmente fuertes para el sujeto, nos puede crear la ilusión de
constituir una suerte de momento ontológicamente prioritario (Heidegger,
Sartre, Antonio Machado, Kierkegaard). Carlos Llano dedica gran parte de su
libro a explayarse en estos estados existenciales que nos confunden en el
sentido dicho, estados ciertamente importantes para el sujeto, pero acaba
prevaleciendo, como hemos dicho, la veta aristotélica.
En
definitiva, yo calificaría al libro de Llano de agnosticismo de la nada. La tesis que va a defender es una crítica al
existencialismo en cuanto que éste reificaría, en palabras del autor, a la
nada. Esta reificación implica un salto de lo lógico (ámbito donde se da la
negación) a lo ontológico (donde la negación como idea se convierte en
"objeto", en algo positivo, existente). Desde este argumento que
extrae de la tradición aristotélico-escolástica comentada y actualizada por él,
aborda el nihilismo de los existencialismos del siglo XX y de Antonio Machado. El autor del libro tampoco confunde ser con Dios, como según
él hace Rahner, y desvincula metafísica de teología, cuestionando el
racionalismo propio del argumento ontológico (de hecho, critica también la
existencia de una nada cuyo origen está en una idea racional que de la realidad
es mero reflejo ejemplar de "casi" nadas o no seres, no nadas
absolutas).
Como decía, lo que en la realidad
sugiere esa nada en realidad inexistente (frente al ser que se afirma como
tendencia natural e implícita en el hacer, pensar y existir humano según Llano)
son la limitación, la privación, la otredad, la contingencia, la ausencia.
Analiza pormenorizadamente todos estos fenómenos como evocadores en distintos
grados y matices del no-ser para el entendimiento que así idea desde ellos, con
más o menos fuerza, la nada. De todo ello, resulta sugerente, por ejemplo, el
análisis del amor, extraído de pasajes de la Suma Teológica, como evocador de carencia y no de plenitud, en la
línea de El Banquete de Platón, y en
este sentido, evocador de “nada” y no tanto de la plenitud o completud del ser.
Como balance de este libro debo decir
que retomar una antigua tradición como es la metafísica de Aristóteles y su
continuación en santo Tomás para mí puede tener varios sentidos. Creo que flaco
favor se les hace a tan grandes filósofos si retomarlos implica copiarlos tales
cuales. Su actualización ha de ser creativa, como por ejemplo, hace Heidegger.
Hay que distinguir, bien es cierto, la historiografía filosófica, que busca
esclarecer el texto, de la interpretación creativa que es ya una abierta praxis
filosófica activa. Se supone que el libro de Carlos Llano es esto segundo y así
lo he leído y lo discuto. Así que mi pregunta es hasta qué punto su esquema
metafísico aristotélico-tomista puede hoy abrirnos alguna ventana hacia el
esclarecimiento de la cuestión que le inquieta, la gran cuestión del ser y de
la nada. He leído el libro tras un buen tiempo dedicado a un enfoque y
tonalidad bien distinta que él también ha considerado y conoce, que es la
existencialista, pero me ha dado la impresión de que aquí casi se ha tratado de
escoger puntos de partida. Llano asume una metafísica que Heidegger y una ya
contundente corriente en la filosofía contemporánea va matizando y modificando.
¿Es cuestión de gustos?
Desde luego el libro me ha hecho pensar,
pensar de nuevo, como cuando leo a Heidegger, por el ser, por el ente, pero
ciertamente es otro “pensar el ser” y acaso otro ser y otro ente. O mejor
dicho, están tomados desde sentidos o perspectivas muy diferentes. Sobre todo,
me quedo con una cuestión que me inquieta, por sus repercusiones prácticas,
pedagógicas: la prioridad del ser o de la nada, la posibilidad o no de la nada.
Tengo la impresión de que si me voy a dedicar en los años que vienen a la
enseñanza debo pensar muy a fondo esto, porque es ciertamente la clave. Educar
es una cierta apuesta por una cierta posibilidad, la de que el ser sea, y también
porque en torno a la nada sucedan o dejen de suceder ciertas cosas o mejor dicho acontecimientos. Educar es una
cuestión de creación, decía en algún post anterior a la navidad, es una
actividad poética, de natalidad entre nada y nada, de agónico parto. ¿Cómo no
voy a preguntarme por el ser si educo?
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